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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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10-08-2010

 

 

 

 

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SURda

 

 

Por Constanza Moreira |*|

Desde las elecciones de mayo, y especialmente ante la constatación de la magnitud del voto en blanco en Montevideo y Canelones, el Frente Amplio ha iniciado un proceso de discusión interna sobre su estructura y funcionamiento. Esta discusión se está dando fundamentalmente en los sectores políticos (casi todos los grupos del Frente Amplio vienen procesando distintas instancias institucionales en estos días) y en las estructuras de base (comités de base, coordinadoras, etcétera). Participan, aunque de un modo periférico, las llamadas "redes", e independientes de todo tipo, aportando ideas o críticas a través de mecanismos muy diversos: documentos, foros en Internet, charlas, encuentros.

En setiembre se realizará un Plenario al que se volcarán estas discusiones. El propio presidente del Frente Amplio ha anunciado que su misión en la organización también cesará, al final de todo este proceso. Se ha dicho que el cambio del presidente del Frente Amplio no asegurará el proceso de renovación. Que debe hacerse una transformación más profunda.

Sin embargo, los presidentes del Frente Amplio han simbolizado las distintas etapas de la coalición, en forma muy saliente. Y le han dado una impronta al accionar de la organización, como resultado de su propio rol. ¿Cómo podemos afirmar que la presidencia del Frente Amplio no sea un paso, y un paso crucial, en la renovación de la estructura? ¿Y cómo no ser conscientes de que "si de eso no se habla" (y en efecto, no ha habido una sola propuesta en este sentido, ni de nombres ni de nuevos formatos de dirección) es porque es importante?

Justamente, es tan importante, que "de eso no se habla". Y no hablar de eso muestra, entonces, que en el Frente Amplio no se habla de muchas otras cosas, por más que pretenda debatirlo todo y en todos lados. La proposición entonces, es exactamente la contraria: tan importante es la presidencia del Frente Amplio, que no se puede consensuar una salida (como ya ocurrió en diciembre de 2007). Ello revela, en buena medida, el propio bloqueo interno que tiene paralizada a la institución. Si la discusión sobre el cambio en la dirección no se está dando (a pesar de que el propio Brovetto anunció su retiro), es que existe un impasse más profundo que no puede resolverse únicamente con debates "temáticos". El debate sobre la presidencia del Frente Amplio es un debate sobre el poder dentro del partido. Todas las luchas del poder, cuando se vuelven sordas y "secretas", privan a la mayoría de poder participar en ellas.

Para empezar, deberíamos sincerarnos al respecto de cómo funciona el propio Frente Amplio. La dirección del partido se vuelve inoperante (y últimamente inútil) si ésta no es más que una articulación entre el poder relativo de los sectores políticos. Si el Frente Amplio sólo fuera una cooperativa de sectores políticos, entonces alcanza con reconocer la fuerza relativa de cada sector (y la electoral es sólo una de las fuerzas relativas del sector: luego está su peso en la estructura, y finalmente su capacidad de articulación social) y establecer un mecanismo de cooperación entre los mismos, que exhiba las garantías suficientes para que ningún sector quede de lado en las decisiones. Algo de eso hay en la estructura del Frente hoy. Pero el problema es que si el Frente es sólo eso, no hay Frente en sentido estricto. El Frente Amplio es una creación supra-sectorial, y ésta ha sido su fortaleza. Partidos en el Frente Amplio siempre hubo, pero la creación Frente Amplio fue un todo que representó, alguna vez, algo más que la suma de las partes. Y es por ello por lo que la Mesa Política, con sus sectores y sus bases, no es el Frente Amplio. Ni tampoco lo es el gobierno. Y es por ello por lo que el presidente del Frente Amplio es tan difícil de hallar: porque debe encarnar eso que no es ni el gobierno ni los sectores. ¿Qué hacer?

En primer lugar, recordemos cómo fueron las cosas. Seregni fue un articulador estratégico entre los distintos grupos y sectores, que consiguió mantener eso todo junto. Consiguió tener autonomía relativa de los grupos, porque él mismo tenía un proyecto de partido. Y una estrategia. Podía compartirse o no, pero lo tenía. Sus ideas sobre el nuevo bipartidismo, su perspectiva sobre cómo negociar con blancos y colorados, su posición frente al movimiento sindical o la izquierda armada en su momento, pueden ser discutibles, pero eran sus posiciones. Tabaré recreó un funcionamiento del Frente Amplio muy distinto. Su trayectoria política lo puso, desde el inicio, como el referente del partido que estaba destinado a ocupar la máxima jerarquía del gobierno posible: la Intendencia primero y la Presidencia después. Así, su lugar en la política del Frente y en la política uruguaya estaban destinados a coincidir. Al igual que Seregni, tuvo sus propias posiciones: y quizás una de las más determinantes para la izquierda fue su creencia de que había que ampliar al Frente Amplio, incorporando nuevas escisiones del sistema de partidos (y luchó por la creación del Encuentro Progresista).

Ni Tabaré ni Seregni serían hoy candidatos posibles ni ideales para el Frente Amplio en su conjunto. Se necesita otra dirección, pero ­y especialmente­ una capaz de insuflarle entusiasmo y confianza a una estructura alicaída y a una militancia desmovilizada. Precisamos una reformulación del Frente Amplio capaz de darle un contenido y unas tareas propias a una estructura que necesariamente será autónoma del gobierno, y ésta es una cuestión central. El hecho de que la dirección del Frente Amplio estuviera en manos de alguien que a su vez era ministro de Educación, no fue únicamente un problema de tiempo (aunque también lo era). Era, sobre todo, una cuestión conceptual. El presidente del Frente Amplio no puede estar en el gobierno, porque el partido es una cosa y el Estado es otra. Y debemos hacer acuerdo, en principio, sobre la necesaria separación entre partido y gobierno. Así, debemos reconocer también que la tarea de gobernar, dada la enorme fuerza centrípeta que entraña el poder, se ha llevado consigo líderes, militantes, recursos, ideas. No solamente porque el Frente Amplio debía poner lo mejor de sí mismo en el gobierno, sino porque los cargos de gobierno entrañan un prestigio del que carecen los cargos de relevancia en el partido político. Todo político que se precie quiere tener un cargo en el gobierno. Pero de ser así, ¿quién alimentará al partido? ¿Quién apostará a ello?

No precisamos al Frente Amplio para defender al gobierno, sino para construir izquierda, política e ideas de izquierda, en los más diversos frentes, todos los días. Pero eso, justamente, es lo que el Frente Amplio ha dejado de hacer. La estructura del FA hoy tiene enormes dificultades para hacer política en su propio medio, fuera de su organigrama y obligaciones estatuidas. Un frenteamplista inserto por su trabajo en cualquier lugar no tiene ningún órgano donde actuar con otros frenteamplistas sobre su realidad, salvo que lo haga vinculado a un sector o a su sindicato, cuando lo haya. Por eso parece que todo vendrá de arriba, del gobierno dirigiendo el Estado, como si eso fuera posible y como si eso bastara para desarrollar políticas de izquierda. Las plataformas electorales han suplantado a los programas y las consignas de campaña (como "el país de primera") han suplantado a las consignas políticas, aquellas que reflejan el ideario transformador de la izquierda.

Se busca entonces, presidente/a. Y vicepresidente/a. O si se quiere, para estar a tono con la herencia política anterior del Uruguay, un colegiado. Pero necesitamos cambiar la dirección. Para empezar, necesitamos gente que siga creyendo en el Frente Amplio. No es poco. Y que tenga entusiasmo y energía. Para seguir, y de ser posible, nos gustaría que integraran la dirección aquellos cuya voz se escucha más bajito: las mujeres, los jóvenes, los trabajadores. Nos gustaría que se revitalizaran las comisiones de programa, así no sólo el gobierno discute las políticas de seguridad, medio ambiente, salud o drogas, porque sobre esto hay más ideas en el conjunto de la sociedad que en una mesa de expertos. Para eso necesitamos un partido que salga de sí mismo y busque, fuera del círculo de los conocidos de siempre, la voz de los otros. Una dirección renovada puede aportar en ese sentido. Y si no somos capaces de encontrar una solución a este tema, sin entrar en la carnicería de los nombres y los vetos recíprocos, ya podemos ir llevando la cuenta de la magnitud de nuestros problemas. Es una forma de empezar a mover algo. Una, entre otras.

 

 

 
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